martes, 1 de octubre de 2013

Testimonios

Romina Paz Gálvez, 40 años.

Han pasado unos meses desde que me detectaron cáncer de mamas, comencé un camino que primero fue de miedo, tristeza, rabia, frustración, desolación; el golpe fue duro para todos, mi familia, mis amigos, todos movilizados, primero, por el lado práctico, que viera al mejor doctor, la mejor clínica, medicina alternativa, limón, hierbas, venenos azules, verdes, que se yo, luego todos unidos en lo emocional, en largas conversaciones, decisiones, abrazos, en fin…
A fines de enero comenzó todo el tratamiento: cirugía, mastectomía radical, semanas de radioterapia y ahora estoy en la tercera de ocho quimios, tengo hasta fin de año con el tratamiento, pero saben, si bien la vida cambia, hay dolores físicos, cambios en el cuerpo, evidentes por cierto, no es fácil asumir la deformidad que provoca una mastectomía, volver a mirarte en un espejo y asumir el nuevo cuerpo es un proceso no menor. Luego la caída del pelo, subir unos kilos; junto con ello también hay cambios en lo emocional y creo que ahí viene lo hermoso de este proceso…
Este cáncer me dio la posibilidad de detenerme y cuidar de mi… por primera vez en mi vida estoy en el primer lugar de mi lista; espero seguir cantando, viviendo mi vida a cada momento, con la misma intensidad de siempre, quiero amar de nuevo, siendo la misma de siempre, pero más grande, con más conciencia de quién soy y de lo que soy capaz, ya que, si estoy viviendo todo esto, es porque puedo.



Ximena Varela Solari, 56 años.
Examen en mano, la única información anterior “algo sospechoso”, y… “hay que hacer biopsia”. Con ella en la mano y sin abrir el sobre mi fe en Dios me sostiene. En ese momento dejé todo en sus manos, tengo miedo, susto, mi vida puede cambiar en 180 grados y no sé si estoy preparada, digo: puedo tener cáncer y acepto con paz lo que venga. Esta frase la repetía una y otra vez hasta que escuché la voz llamando mi nombre. Mientras revisa con una mano los exámenes, hubo un silencio sepulcral.
Dice lo que no quiero escuchar. ¡Maligno! salgo de la consulta, me detengo, comienzo a mirar una a una a las personas que esperan ser atendidas. Miradas tristes, pañuelo en la cabeza, detengo la mirada en unos dedos que se pasean por las cuentas de un rosario. Respiro profundo y pienso ¿por qué a mí no? frase maravillosa, que recorrió mi cuerpo, se metió en cada célula, haciendo aceptar desde las entrañas la enfermedad que ya existía.
Agradecí a Dios por su compañía, la fe y el caminar junto a él en un camino desconocido de radioterapias y quimioterapias, comprobé, que no estaba sola. Tomé firme su mano, sentí su compañía en cada momento y me adentre en este mundo que era nuevo para mí. No contamine ese momento con preguntas de ningún tipo, hice todo lo que tenía que hacer, aceptar, llorar, reír, acompañar, disfrutar, dejarme regalonear, y agradecer cada sonrisa, palabra recibida de sacerdotes, médicos, enfermeras, auxiliares, familiares y amigos.
¿Por qué llegó a mi vida? No fue la pregunta que me hice, sino, “para que llegó a mi vida”. La respuesta “para acompañar a quien me necesitaba en esos momentos”




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